«Lo que nos lleva al fin … fuera del reino de la servil imitación de la Naturaleza,
para entrar en el campo, mucho más interesante, de la invención humana.»
Aldous Huxley, Un mundo feliz. (1932)
Ingresar a un laboratorio, al fragmento de un laboratorio, a la ficción de un laboratorio. A investigaciones, cortes, espacios, inventarios y fragmentos.
“C-00 artificial” presenta un universo narrativo que tensiona la fragilidad, la sutileza y lo bello de la cerámica, contra la deformidad, el desgarro y las mutilaciones. Las obras de Natalí Elizabeth Perino contienen lo crudo y lo inocente; lo lúdico y lo perverso, en un juego irónico que se devela frente a quien especta.
Byung- Chul Han cuestiona en La salvación de lo bello, la positividad de la obra de arte perfecta, brillante y pulida. Plantea que “la negatividad es esencial para el arte. Es su herida. Es opuesta a la positividad de lo pulido. En ella hay algo que me conmociona, que me remueve, que me pone en cuestión…”.
Las piezas de Perino, que exigen acercarse a contemplar perfección de su factura y de su pequeño tamaño que evoca ternura, traicionan la mirada: aparece esa herida, se quiebra lo bello para dar lugar a lo siniestro.
En miniatura, salas de disección, incubadoras que alojan corazones a lo que les brotan brazos, muñones, piernas y torsos forman parte de una prolija sistematización. Lo que Perino presenta son los experimentos, la búsqueda de la manipulación genética, la torsión de la naturaleza. El artificio de las piezas devuelven una naturaleza intervenida, manipulada, amputada; nuevas biologías estáticas pero vitales.
La observación completa la experiencia de invención humana, nos involucra y vuelve cómplices. Las mesas de trabajo, los apuntes, el instrumental, los fragmentos y los espacios difuminan el límite entre ficción y realidad en cada obra.
En el centro de la sala, como núcleo gravitacional, Neo expone la instancia de gestación; no de la vida, sino de esas vidas construidas y modificadas en laboratorios. Una cuna hospitalaria, aparentemente vacía, contrapone veladamente lo orgánico frente al artificio.
Quizás sea el continuum propio de la serie el que provoque la sensación de estar observando y acompañando una historia que se narra así misma, cuya pulsión radica en la curiosidad que provoca el corte, la incisión, la disección y la invención. Curiosidad morbosa y contagiosa una vez que se ingresa a ese mundo sin tiempo, de laboratorios fragmentados que prolija y detalladamente presenta Natalí Elizabeth Perino.
Camila Delía
«C – 00 artificial», 2019
MACA, Junín. Bs. As.
En una repisa, dentro de una cúpula de acrílico o desde la fotografía: la obra de Natalí Elizabeth Perino crea un universo narrativo que tensiona la fragilidad, la sutileza y lo bello contra la carne desgarrada, las amputaciones y deformidades, pudiendo contener lo crudo y lo inocente; lo lúdico y lo perverso.
A través de la cerámica y el acero se revela el interior de estas tensiones. La pulcritud y factura en su pequeño formato distraen en un juego irónico las imágenes que conforman.
En una primera vista, la necesidad de acercarse a las piezas, por su tamaño y su detalle implican una ternura que rápidamente se rompe al identificar los objetos. En miniatura, salas de disección, incubadoras que alojan corazones a lo que les brotan brazos, muñones, piernas y torsos forman parte de una acumulación sistematizada. La exposición pormenorizada, detallada, está delimitada por el personaje de una niña que aparece en secuencialmente en las obras de Perino. Personaje que rompe con la naturaleza conocida y experimenta con nuevos cuerpos, nuevas biologías estáticas pero vitales.
Quizás sea ese continuum propio de la serie, de esta niña que habita aún las obras que no transita, el que provoque la sensación de estar observando y acompañando una historia que se narra así misma, cuya pulsión radica en la curiosidad que provoca el corte, la incisión, la disección y la invención. Curiosidad morbosa y contagiosa una vez que se ingresa a ese mundo sin tiempo, de laboratorios fragmentados que prolija y detalladamente presenta Natalí Elizabeth Perino.
Camila Delía
Inflexiones, 2018. Buenos Aires, Argentina.
Entre secretos elementales y celos ineluctables.
Una figura recurrente habita el trabajo de Natalí Elizabeth Perino: el corazón. Presencia incontestable en el imaginario de toda cultura, ha sido depositario y custodia de pasiones, del intelecto, de la sabiduría, de la espiritualidad, de la intuición. No es difícil comprender por qué en la escritura egipcia, el jeroglífico que refiere al corazón tiene la forma de una vasija: él atesora la memoria atávica del hueco alfarero y en él resuena el cuerpo como contenedor, como envoltura sensible instaurada en esa frontera laminar a la que acuden requerimientos emocionales de una interioridad y solicitudes sensitivas de un mundo exterior. Los corazones que componen Desangrando latidos penden brutalmente de ganchos, como meras vísceras en las que ya no anida palpitar alguno; resguardados amorosamente en vitrinas, parecen reliquias cuyo valor, no evidente, aún resta descubrir. ¿Se trata de un estado de pureza, manifiesto en su lividez? Seguramente no: semejante bondad los destinaría hoy al gabinete de curiosidades. La sangre ha manado de estos corazones con fluencia creciente: instantáneas sucesivas de un mismo prodigio, ante ellas parecemos aguardar, expectantes, el milagro de su licuefacción.
Marcelo Giménez
Cerámica. El oficio y sus territorios
Pasaje 17, 2017. Buenos Aires, Argentina